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Frank

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  Mientras se sonaba los mocos y la puerta del ascensor se abría, la oficina lo obsequió con el silencio que ocupaba el  lugar de la algarabía cotidiana. Bueno para su dolor de cabeza, pero más raro que un billete de quinientos.  Permaneció con el pañuelo pegado a la nariz un buen instante asombrado por el aturdimiento que asolaba su lugar de trabajo.  Alyn, la petarda, en vez de chismorrear, contemplaba la sala de reuniones con la boca abierta y los ojos inflados.  Solo unos machacones golpes sordos rompían la calma.      Guardó el pañuelo y se preguntó qué estaría pasando. Llegaba tarde a la reunión, pero dudaba de que ese fuese el motivo de que la oficina hubiese mudado en un museo de cera. Detestaba a la mayor parte de aquellos figurines. Con gusto les plantaría fuego y retornaría a casa; tan tranquilo, con la calma de una mañana de domingo. Pero si no lo había hecho en veinte años, tampoco lo haría aquella apestosa mañana de lunes, así que p ostergó sus ensoñaciones y s alió del a

Maik - La casa de las muñecas rotas

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  El semanario Das Fenster , con sede en Frankfurt, lideraba el periodismo de investigación alemán y Maik Bauer podía presumir de ser su más afamado adalid, pero, en los últimos años, solo había firmado un puñado de porquería y fi ngía ser periodista para olvidar el regusto amargo de su penitente existencia. O eso era lo que quería creer. Realmente, lo hacía para costearse la bebida, sufragar la hipoteca y satisfacer el primer día de cada mes la pensión de su ex. Cobraba bien, era famoso y l o requerían de la tele, la radio y hasta, en una ocasión, del colegio de su hijo. No declinaba las invitaciones, pero, antes de acudir, se sacudía varios lingotazos de ron para espesar la mente, alegrar el aliento y que no volviesen a llamarlo. No siempre lo conseguía. Varias podían ser las razones de su declive. Tal vez se estaba volviendo viejo, si bien, a sus treinta y ocho, su jubilación resultaba prematura. Quizás, después de su divorcio, ya no era el mismo; aunque su mujer lo había abandona

Suso - La casa de las muñecas rotas

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  Extracto de LA CASA DE LAS MUÑECAS ROTAS , novela negra escrita por FERNANDO DEL RÍO Suso contemplaba la ría desde la atalaya del Castro. A sus pies, la ciudad de Vigo se extendía por las colinas hasta toparse con el puerto y los astilleros. Los barcos descalabrados, las grúas perezosas y los contenedores hambrientos dominaban los muelles, regazo de mercancías de medio mundo y pesca de todos los océanos. Algunos veleros desafiaban la mar rizada y el estoico transbordador que unía la ciudad con la otra orilla cumplía su eterno retorno. Oteando tierra adentro, el puente de Rande colgaba entre las dos riberas de la ría. En aquella ciudad rebelde, ajena tanto a las más elementales normas de la geometría como a la autoridad de diseños y planes urbanísticos, lo habían criado sus padres; en el barrio del Calvario, donde aún residía y durante los peores años de la reconversión industrial. Allí había forjado su carácter, entre padres desempleados, madres que no llegaban a fin de mes y niños

Iago - La casa de las muñecas rotas

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  Después de un fin de semana colérico en el que las lluvias habían inundado los campos y el viento arrancado árboles y tejados, Pedro agradecía el ambiente fosco pero calmo de aquella anodina mañana de lunes aún oculta por un remolón manto de niebla otoñal. De lunes a sábado, transitaba por aquella irritante carretera con su achacosa furgoneta de reparto. Ya no sabría decir si con los ojos abiertos o cerrados. Conocía todas las curvas y todos los baches, que no eran pocos, ni unas ni otros.   En la soledad del angosto valle y asombrado por una selva de eucaliptos, el humilde puente sobre el río Ornando evocaba a la gavilla de famélicos desgraciados que lo habían construido recién finalizada la guerra civil en penitencia por haber perdido la contienda y solo Dios sabe cuántas otras querellas que a la Historia le traen al fresco. Aparcó a un lado de la carretera, se acercó a la barandilla del puente y se bajó la cremallera de los vaqueros. Todos los días al levantarse, se duchaba

La bola

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  Te aviso para que no te pille de sorpresa: estoy muerto. Más tieso que un gato despanzurrado. El que avisa no es traidor. ¡Calma! No te pongas a chillar como un niñato. ¿Nunca has visto un muerto? ¿No? Pues ya ves, nada raro. Un pedazo de carne alimento de gusanos, así que no te creas todas esas tonterías de las películas. No mordemos. Ni asustamos, ¡qué coño de miedo va a dar una masa de materia orgánica en descomposición! Solo puede amedrentar a un estúpido. No eres de esos, ¿verdad? Pues, hala, tranquilo y hablemos de lo que te trae por aquí.   Supongo que estás interesado en mi vida o, al menos, en lo que me ocurrió. La curiosidad mató al gato, ¿lo sabes, no? Para, no hace falta que me des explicaciones. A mí me da igual. No tienes ni idea de lo pasota que se vuelve uno cuando está muerto. Te lo contaré, siéntate, ¿ya estás? Pues tómatelo con calma. Take it easy , colega. Me tomaría un café, cargado y con unas gotas de aguardiente, pero ya no bebo. Ni café ni nada. Estoy muerto