Suso - La casa de las muñecas rotas

 


Extracto de LA CASA DE LAS MUÑECAS ROTAS, novela negra escrita por FERNANDO DEL RÍO


Suso contemplaba la ría desde la atalaya del Castro. A sus pies, la ciudad de Vigo se extendía por las colinas hasta toparse con el puerto y los astilleros. Los barcos descalabrados, las grúas perezosas y los contenedores hambrientos dominaban los muelles, regazo de mercancías de medio mundo y pesca de todos los océanos. Algunos veleros desafiaban la mar rizada y el estoico transbordador que unía la ciudad con la otra orilla cumplía su eterno retorno. Oteando tierra adentro, el puente de Rande colgaba entre las dos riberas de la ría.

En aquella ciudad rebelde, ajena tanto a las más elementales normas de la geometría como a la autoridad de diseños y planes urbanísticos, lo habían criado sus padres; en el barrio del Calvario, donde aún residía y durante los peores años de la reconversión industrial. Allí había forjado su carácter, entre padres desempleados, madres que no llegaban a fin de mes y niños sin caprichos; entre revoltosas callejuelas e impenitentes cuestas; entre los sermones de los hermanos maristas y las desvergonzadas ofertas de las rameras de la Ferrería; entre los grandes astilleros y las pequeñas huertas; entre los sábados de rock and roll y los domingos en la aldea. 

Nunca había vivido en ningún otro lugar, a excepción de seis meses de su juventud enrolado en un arrastrero congelador que pescaba pota y calamar en el caladero de las Malvinas, pero, como aquello jamás lo había considerado vida, nunca lo consignaba en su currículo. Tampoco solía viajar demasiado, pues nada echaba en falta. En su ciudad tenía todo lo que necesitaba: en Casa Adolfo los mejores callos con garbanzos y una deliciosa bica de Castro Caldelas, en el Bar Salvaterra las partidas de tute subastado más bullangueras a este lado del Padornelo y en su barrio su despacho, donde desempeñaba el oficio para el cual había nacido, el de detective privado.

Encendió un Ducados, se lo llevó a los labios, aspiró y tragó el humo con fruición, luego lo exhaló con fuerza. Vestía una parka del Ejército alemán y se cubrió con la capucha para protegerse del frío viento del norte que soplaba aquella desapacible mañana de noviembre. De estatura ni fu ni fa, entre uno setenta y algo y uno setenta y muchos, pero recio y musculoso; de gimnasio. Canoso precoz, exhibía una abundante barba blanca impecablemente recortada junto con también níveos cabellos peinados hacia atrás al modo de Travolta en Grease. Así desde los catorce. Solo había mudado el color: de negro a blanco. Y no por su voluntad. Aunque dejar de escuchar música anglosajona y sus sucedáneos al abandonar la adolescencia sí había sido cosa suya.

Se quitó las gafas de sol para limpiarlas con una gamuza que guardaba en el bolsillo de sus vaqueros grises. Las escudriñó y, una vez se hubo asegurado de que estaban bien limpias, las colocó de nuevo entre su nariz aguileña y su frente estrecha. El tenue sol de noviembre no requería protección ocular alguna, pero, al igual que la parka, las gafas de sol formaban parte de su perenne atuendo. Las gafas más aún, pues de la parka prescindía cuando la ira del sol abrasaba las empinadas calles de su inclinada ciudad. 

Una chica de largas piernas embutidas en unas mallas rosas pasó corriendo a su lado y bajó las gafas hasta la punta de la nariz para mirarle mejor el culo. Observó también como el barrendero, que recogía las hojas caídas, detenía su faena para curiosear la carrera de la joven. Llevaba buen ritmo y pronto se alejó por el boulevard del parque. Tanto Suso como el barrendero volvieron a lo suyo.

—No te inquietes, mamón, ya estamos aquí.

Reconoció inmediatamente el tono chulesco. Pertenecía a un orondo grandullón trajeado con cara de mastín napolitano que ejercía de inspector de la Policía Nacional.

—Toby.

Al pasmarote no le gustó el apodo y le propinó un puñetazo en el antebrazo, con brío y ansia, pero sin perder la forzada sonrisa y meneando el sebo como si fuese gelatina. Le dolió, pero mantuvo la compostura.

—Aguanta, mierdecillas.

El insulto lo apuntó en el debe de un segundo madero, canijo y calvorota, que parecía uno de esos chuchos enanos que te revientan con sus agudos ladridos, se te prenden de la pernera  y tienes que sacártelos de encima con una coz en el hocico.

—Boby.

Al retaco tampoco le hizo gracia alguna el mote, pero, en vez de responder con un mamporro, se tiró un sonoro cuesco. Viéndolo zamparse el bocata de jamón asado ya se atisbaba que el menda no era un dechado de refinamiento. La flatulencia no hizo más que proclamarlo.

—Salvas en honor de tu padre, Guimeráns.

La puya se le clavó en el corazón. Su padre había sido un policía honrado. Mucho más de lo que podía decirse de aquellas dos comadrejas. Había muerto tiroteado por una terrorista de los GRAPO en un control rutinario de carreteras siendo él un niño. Su padre y un compañero dieron el alto a un Dyane 6 ocupado por una pareja joven. Cuando se acercaron al auto, la chica disparó cuatro tiros con un subfusil de fabricación checa. Uno alcanzó a su padre en la cabeza. Se quedó tieso al instante. Su compañero tuvo mejor suerte y solo recibió un disparo en un brazo que no le dejó secuelas.

Los terroristas huyeron, aunque la muchacha apareció torturada, violada y  muerta dos años después en un basurero de Ourense. En un polémico juicio con intenso eco en la prensa de la época,  cuatro policías nacionales fueron absueltos de su violación y asesinato. Suso los había visto en su casa. Un verano, estudiaba en su cuarto las matemáticas que arrastraba para septiembre y escuchó la conversación que aquellos policías mantenían con su madre.  

Años después, ya adulto, le preguntó a su madre si había valido la pena. Ella le respondió que al llanto por su padre se había sumado la carga por la atroz muerte de su asesina y le preguntó si creía que eso era justicia.  Suso aún se hacía la misma cuestión todos los días. Y no sabría decir si compartía la opinión de su madre.

Dio la última calada al cigarrillo y lo tiró. Estaba allí por negocios. Para su desgracia, debía tratar con dos policías corruptos a los que habría crujido todos los huesos si su placa no los protegiese. Aunque ninguno destacaba por lumbreras, cada uno a su manera era un cabronazo. Y como juntos formaban un gran par de miserables, no le convenía cabrearlos. El perro pigmeo tenía fama de sembrar fiambres por cavernosos callejones y al seboso le iban los donuts y los imberbes. Se podía permitir algunas licencias porque los untaba, pero conocía sus límites. Por no medir correctamente, después de algún encuentro con aquel par de rufianes, ya se había visto obligado a rendir visita al ambulatorio para una cura de primeros auxilios.

Okey, soplones, al grano. ¿Qué podéis contarme del Crecho?

—¿Y a ti que te importa lo que haga el Crecho, vieja chismosa?

—No es asunto tuyo, Toby, desembucha.

Toby lo miró desafiante para dejarle claro quien mandaba allí. A Suso no le apetecía jugar a ver quién la tiene más grande, pero, en situación de ventaja, los dos mostrencos siempre se la sacaban para alardear y regocijarse en su meada. 

—Suelta la pasta —dijo el enorme pedazo de manteca.

Sacó un sobre del bolsillo interior de la parka que Boby le arrancó de las manos para contar los billetes con los ojos bien abiertos de codicia y la punta de la lengua asomándole entre los labios finos como rayas. Suso casi diría que jadeaba. Sus tratos con la pareja perruna se remontaban a cinco años atrás e indefectiblemente el pocacosa agarraba la pasta de malos modos y después la contaba, siempre dos veces, aunque nunca les había escatimado ni un solo céntimo.  

—Vamos a tener que subirte la tarifa, rata entrometida, por malhablado —dijo Boby antes de guardar el sobre en el bolsillo interior de la americana.

Toby le entregó una carpeta de cartón con el membrete de la Policía Nacional y lo informó:

—Un barco en alta mar espera para descargar varias toneladas de cocaína. Está todo en el dossier.


LA CASA DE LAS MUÑECAS ROTAS. Más información aquí

Comentarios

  1. Muchas gracias, me alegro de que sea así. La novela saldrá publicada en Amazon tanto en papel como en ebook mañana día 9 de junio o tal vez, si se retrasan, el día 10.

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