Entradas

Suso - La casa de las muñecas rotas

Imagen
  Extracto de  LA CASA DE LAS MUÑECAS ROTAS , novela negra escrita por  FERNANDO DEL RÍO Suso contemplaba la ría desde la atalaya del Castro. A sus pies, la ciudad de Vigo se extendía por las colinas hasta toparse con el puerto y los astilleros. Los barcos descalabrados, las grúas perezosas y los contenedores hambrientos dominaban los muelles, regazo de mercancías de medio mundo y pesca de todos los océanos. Algunos veleros desafiaban la mar rizada y el estoico transbordador que unía la ciudad con la otra orilla cumplía su eterno retorno. Oteando tierra adentro, el puente de Rande colgaba entre las dos riberas de la ría. En aquella ciudad rebelde, ajena tanto a las más elementales normas de la geometría como a la autoridad de diseños y planes urbanísticos, lo habían criado sus padres; en el barrio del Calvario, donde aún residía y durante los peores años de la reconversión industrial. Allí había forjado su carácter, entre padres desempleados, madres que no llegaban a fin de mes y niños

IV - Peitolobo

Imagen
  Extracto de  LA CASA DE LAS MUÑECAS ROTAS , novela negra escrita por  FERNANDO DEL RÍO Adoraba las calles estrechas de la enrevesada ciudad vieja. Más aún cuando, como aquella noche, sus piedras mojadas brillaban a la amarillenta luz de las farolas acorraladas por las atolondradas polillas. Caminaba con la cabeza alta y balanceándose de un lado a otro como si en toda su holgura le perteneciesen. Borró de un charco con una resuelta pisada el reflejo de la luna abriéndose paso entre las nubes y, con un golpe de mirada, observó el suyo, fugaz, en el cristal roto de una ventana con sus contras verdes de madera cerradas desde que los hijos del viejo que a ella se asomaba todas las mañanas lo habían encerrado en un asilo. Silbaba sin importarle despertar a los pocos vecinos que aún no habían huido a viviendas menos húmedas, pero también más vulgares, de alguna urbanización en las afueras. Podía recorrer con los ojos cerrados aquel laberinto de callejuelas y consentía que los pies lo conduj

Frank

Imagen
  Mientras se sonaba los mocos y la puerta del ascensor se abría, la oficina lo obsequió con el silencio que ocupaba el  lugar de la algarabía cotidiana. Bueno para su dolor de cabeza, pero más raro que un billete de quinientos.  Permaneció con el pañuelo pegado a la nariz un buen instante asombrado por el aturdimiento que asolaba su lugar de trabajo.  Alyn, la petarda, en vez de chismorrear, contemplaba la sala de reuniones con la boca abierta y los ojos inflados.  Solo unos machacones golpes sordos rompían la calma.      Guardó el pañuelo y se preguntó qué estaría pasando. Llegaba tarde a la reunión, pero dudaba de que ese fuese el motivo de que la oficina hubiese mudado en un museo de cera. Detestaba a la mayor parte de aquellos figurines. Con gusto les plantaría fuego y retornaría a casa; tan tranquilo, con la calma de una mañana de domingo. Pero si no lo había hecho en veinte años, tampoco lo haría aquella apestosa mañana de lunes, así que p ostergó sus ensoñaciones y s alió del a

Maik - La casa de las muñecas rotas

Imagen
  El semanario Das Fenster , con sede en Frankfurt, lideraba el periodismo de investigación alemán y Maik Bauer podía presumir de ser su más afamado adalid, pero, en los últimos años, solo había firmado un puñado de porquería y fi ngía ser periodista para olvidar el regusto amargo de su penitente existencia. O eso era lo que quería creer. Realmente, lo hacía para costearse la bebida, sufragar la hipoteca y satisfacer el primer día de cada mes la pensión de su ex. Cobraba bien, era famoso y l o requerían de la tele, la radio y hasta, en una ocasión, del colegio de su hijo. No declinaba las invitaciones, pero, antes de acudir, se sacudía varios lingotazos de ron para espesar la mente, alegrar el aliento y que no volviesen a llamarlo. No siempre lo conseguía. Varias podían ser las razones de su declive. Tal vez se estaba volviendo viejo, si bien, a sus treinta y ocho, su jubilación resultaba prematura. Quizás, después de su divorcio, ya no era el mismo; aunque su mujer lo había abandona

Suso - La casa de las muñecas rotas

Imagen
  Extracto de LA CASA DE LAS MUÑECAS ROTAS , novela negra escrita por FERNANDO DEL RÍO Suso contemplaba la ría desde la atalaya del Castro. A sus pies, la ciudad de Vigo se extendía por las colinas hasta toparse con el puerto y los astilleros. Los barcos descalabrados, las grúas perezosas y los contenedores hambrientos dominaban los muelles, regazo de mercancías de medio mundo y pesca de todos los océanos. Algunos veleros desafiaban la mar rizada y el estoico transbordador que unía la ciudad con la otra orilla cumplía su eterno retorno. Oteando tierra adentro, el puente de Rande colgaba entre las dos riberas de la ría. En aquella ciudad rebelde, ajena tanto a las más elementales normas de la geometría como a la autoridad de diseños y planes urbanísticos, lo habían criado sus padres; en el barrio del Calvario, donde aún residía y durante los peores años de la reconversión industrial. Allí había forjado su carácter, entre padres desempleados, madres que no llegaban a fin de mes y niños