Entradas

El viejo

Imagen
  Aunque el resplandor espasmódico de la pantalla bailaba en la oscuridad como las brujas ante el fuego del aquelarre, el viejo dormía arrullado por el monótono soniquete de la televisión. Desde la muerte de su mujer, como ya nadie lo regañaba, en lugar de recogerse en el que durante más de setenta años había sido su lecho conyugal, permitía que el sueño indolente lo aferrase a su butaca mientras asistía, en el cine de su memoria, a la proyección de la película de su pasado. La única en cartelera. La disfrutaba toda la noche. A su edad tampoco era tan larga. Amanecía y los polvorientos rayos de luz se colaban por los resquicios de la persiana. Abrió los ojos y el mueble del comedor se entremezcló con sus recuerdos. Las fotos de su padre, de su madre, de su esposa, de su hijo, de su hija y la del joven que una vez había sido hormiguearon en sus pupilas. Todos muertos. Solo quedaba él. El viejo que era. Se levantó porque así lo había aprendido de pequeño: por la noche te acuestas, por

La madre

Imagen
  La misma medrosa aurora que diluía la oscuridad transformándola en penumbra caldeaba su piel embarrada. Le dolía y apretó los dientes. Cerró sus resquebrajadas manos labriegas y golpeó la puerta con los nudillos. La madera le devolvió su ronco son. Ninguna otra respuesta. Batió de nuevo. Y de nuevo solo la madera.  Apartó el cabello sucio que enturbiaba su mirada. Tenía las uñas largas como nunca antes y, aunque había corrido con todas sus fuerzas, no jadeaba. Ya no lo hacía.  Miró atrás buscándolo entre los árboles y e l tenue fulgor de un charco la obligó a entornar los ojos.  No lo vio, pero podía olerlo.  Aguzó el oído y oyó sus pasos quebrando la hojarasca. Cada vez más próximos. Avanzaba rápido. Hacia ella. Jaleado por el graznar de los cuervos.  A pesar de su porfía, no había logrado desembarazarse de él. Había huido de la cueva y, corriendo sin mirar atrás, se había internado en el bosque con la esperanza de esquivar su tenacidad. Se había adentrado en la ciénaga creyendo q

El tertuliano

Imagen
Tras otro sábado de una semana más de seis agotadores días de siete a dos, arribó a su apartamento arrastrando su fatiga como un alma su penar. Pasaban dos minutos de las dos de la mañana y su jornada había comenzado casi veinte horas antes.   Temprano, a las ocho y en la radio, tertulia de la mañana para desayuno de los currantes y alimento de la cháchara de los taxistas. A las once, tele, para las viejas y los parados. Almuerzo a la una. Antes, un par de cañas y una raya de coca, corta; controlaba. Por la tarde, redactar su columna diaria “Viento fresco” para el periódico de mayor tirada del país y para municionar asordadoras polémicas en las redes sociales. A las ocho, otro coloquio radiofónico, sobre economía, para los enteradillos. Después, un repaso en la tableta a la prensa del día, un café americano, un pincho de tortilla y una raya algo más corta; controlaba. A medianoche, debate en el canal de noticias para los insomnes y los parados, que todavía seguían enfrente. Volver a ca

Puffyfeet

Imagen
Abrió la puerta y, al levantar la vista que hasta al momento había apoyado en el suelo, se sobresaltó. Nunca, en los muchos años que llevaba desempeñando aquella tarea, había visto nada igual. Todo patas arriba. El gallinero embarullado como si la noche anterior se hubiese celebrado la fiesta de fin de año. Pero era julio. Finales, para ser más exacto; a dos días del Apóstol. Aún no era mediodía y ya hacía un calor que asustaba a las lagartijas. Los pies hinchados amenazaban con reventarle los zapatos, así que no estaba para cuentos. ¾ Se acabó  ¾ dijo una que parecía liderar el cotarro. Su tono chillón acabó de enfurecerlo. Iba a gritarle que se dedicase a sus asuntos, pero no tuvo ni tiempo de abrir la boca. ¾ Tenemos dignidad  ¾ dijo otra.  Se giró para echarle una mirada airada y de la oscuridad surgió un coro de voces secundándola: ¾ ¡Sí, la tenemos! ¡La tenemos! Otro, todo gallito, arremetió por el  flanco que había dejado desguarnecido.  ¾ No vas a llevarte lo que es