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El tertuliano

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Tras otro sábado de una semana más de seis agotadores días de siete a dos, arribó a su apartamento arrastrando su fatiga como un alma su penar. Pasaban dos minutos de las dos de la mañana y su jornada había comenzado casi veinte horas antes.   Temprano, a las ocho y en la radio, tertulia de la mañana para desayuno de los currantes y alimento de la cháchara de los taxistas. A las once, tele, para las viejas y los parados. Almuerzo a la una. Antes, un par de cañas y una raya de coca, corta; controlaba. Por la tarde, redactar su columna diaria “Viento fresco” para el periódico de mayor tirada del país y para municionar asordadoras polémicas en las redes sociales. A las ocho, otro coloquio radiofónico, sobre economía, para los enteradillos. Después, un repaso en la tableta a la prensa del día, un café americano, un pincho de tortilla y una raya algo más corta; controlaba. A medianoche, debate en el canal de noticias para los insomnes y los parados, que todavía seguían enfrente. Volver a ca

Puffyfeet

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Abrió la puerta y, al levantar la vista que hasta al momento había apoyado en el suelo, se sobresaltó. Nunca, en los muchos años que llevaba desempeñando aquella tarea, había visto nada igual. Todo patas arriba. El gallinero embarullado como si la noche anterior se hubiese celebrado la fiesta de fin de año. Pero era julio. Finales, para ser más exacto; a dos días del Apóstol. Aún no era mediodía y ya hacía un calor que asustaba a las lagartijas. Los pies hinchados amenazaban con reventarle los zapatos, así que no estaba para cuentos. ¾ Se acabó  ¾ dijo una que parecía liderar el cotarro. Su tono chillón acabó de enfurecerlo. Iba a gritarle que se dedicase a sus asuntos, pero no tuvo ni tiempo de abrir la boca. ¾ Tenemos dignidad  ¾ dijo otra.  Se giró para echarle una mirada airada y de la oscuridad surgió un coro de voces secundándola: ¾ ¡Sí, la tenemos! ¡La tenemos! Otro, todo gallito, arremetió por el  flanco que había dejado desguarnecido.  ¾ No vas a llevarte lo que es